Entrevista a Juan Mata Anaya.
Juan Mata Anaya, profesor del Departamento de Didáctica de la Lengua y la
Literatura de la Universidad de Granada y escritor.
La televisión ocupa la vida de las personas y sobre todo de los más
pequeños. Ante esta situación, qué recomendaciones daría a los padres para
fomentar la lectura en los más pequeños (niños y niñas menores de 6 años).
No creo que sea conveniente invocar la televisión siempre que se quiera hablar
de la lectura. Es un error en el que se incurre continuamente. La televisión,
sobre todo en el caso de los más pequeños, puede tener efectos nocivos sobre
cosas más importantes que la lectura. Sobre el juego, por ejemplo. O sobre la
relación de los más pequeños con los padres o los hermanos. Se suele pensar que
el tiempo que un niño pasa ante el televisor (objeto maldito) es un tiempo
restado a la compañía del libro (objeto virtuoso). Lo cual no es del todo
exacto. Planteadas así las cosas, no podemos esperar más que decepciones y
desorientaciones. Pienso que sería mejor para todos si la cuestión de la
lectura se presentara sin necesidad de meter a la televisión de por medio.
Conviene entonces preguntarse qué deberían hacer los padres para crear amor por
los libros. Y la respuesta es bien sencilla: estar dispuestos a invertir tiempo
en leer con sus hijos. No hay más fórmula secreta que ésa: elegir buenos libros
de la biblioteca o comprarlos en la librería para ir creándoles la suya propia,
sentarse junto a ellos y leerles en voz alta con paciencia, responder
tranquilamente a sus preguntas, contarles cuentos antes de dormir… Y así un día
y otro y otro. Tarde o temprano esos gestos rendirán sus frutos. Y si no los
rinde en la forma prevista, es decir, si al fin no se logran lectores
apasionados, se habrá propiciado al menos una magnífica relación afectiva e
intelectual de los niños con los adultos. Conozco pocos niños que prefieran ver
la televisión a jugar o conversar con sus padres. No veo, pues, que los libros
y el televisor sean enemigos irreconciliables.
¿Qué papel puede jugar el tebeo en el fomento de la lectura?
Con los tebeos ocurre lo mismo que con la televisión. Sobrevive la idea de que
su lectura distrae de lecturas más elevadas o que desvía del camino que conduce
a libros de calidad. Pero esa interpretación es asimismo errónea. Para empezar,
muchos tebeos son en sí mismos extraordinarios. Basta con preguntar a los
buenos lectores adultos para saber que en la mayoría de los casos hubo tebeos
en su prehistoria como lectores. No hay que tenerles miedo. Hay tebeos, además,
que son verdaderas joyas literarias… que comparten estantería con vulgaridades,
claro. Pero igual sucede con los libros. Lo que me gustaría señalar es que la
defensa de los libros no puede hacerse nunca a partir de la descalificación de
otros géneros percibidos como competidores. Ése no es el camino.
¿Cómo se relacionan la expresión oral, los títeres, el teatro y la
literatura infantil?
Todo amor por la literatura comienza con las nanas, las retahílas, las
canciones, los trabalenguas, los cuentos, los juegos de palabras. La literatura
es originariamente oral y durante la primera infancia es el oído el principal
sentido para recibirla. Y, en el fondo, nunca nos cansamos de usarlo. ¿A quién
no le satisface, aun de mayor, escuchar narraciones o poemas? Leer es una
actividad más ardua. Los títeres, el teatro, los juegos… son expresiones
distintas de una misma voz. Y las buenas historias pasan de un ámbito a otro,
de los libros al escenario o viceversa, como quien pasa de una habitación a
otra dentro de una misma casa.
No toda publicación para niños es literatura y dada la diversidad de los
materiales que son susceptibles de ser denominados literatura infantil, cuáles
son las características que deben reunir estas obras.
Intensidad, maravilla, humor, sutileza, seriedad, buenas ilustraciones,
hondura… Es decir, las mismas cualidades que exigimos a la literatura de
adultos.
Podría recomendar dos obras literarias, una para los niños y niñas de 0 a 3
años y otra para los de 4 a 6 años.
Mejor tres para cada tramo de edad. Para los más pequeños: Buenas noches, luna
de Margaret Wise Brown; La pequeña oruga glotona de Eric Carle; Historias de
ratones de Arnold Lobel. Para los más grandes: De verdad que no podía de
Gabriela Keselman y Noemí Villamuza; Elmer de David McKee y El topo que quería
saber quién se había hecho aquello en su cabeza de Werner Holzwarth y Wolf
Erlbruch. Y para todos: Donde viven los monstruos de Maurice Sendak.